Hagamos eficaz la eficacia del perdón

Ser el blanco de la violencia, sea esta física, psicológica, verbal, sexual, etc., acarrea consecuencias inmediatas, devastadoras y no quisiera, por el profundo respeto que merece el sufrimiento humano, minimizar en absoluto esta primera línea de encuentro con el acto violento. Este comentario reflexionará no tanto sobre este primer acto, sino sobre las secuelas que se presentan posterior al acto. En el primero, generalmente nos toma desprevenidos (no esperamos el golpe, la palabra hiriente, el gesto mordaz o malintencionado), pero ya recibida la primera etapa del acto violento, en la segunda si podemos tomar iniciativas (si acaso valdría decir, “el control”) para no perpetuar el acto primero en nuestro interior. Una herida física tarde o temprano sana, pero una herida emocional la podremos cargar por años, solo que la misma, aunque fue perpetrada por otro, la continuamos nosotros mismos y permítame asegurarle, con consecuencias negativas cada vez mayores. Ahora somos nosotros los que nos violentamos, los que nos golpeamos. Se trata de una guerra interna donde nunca ganaremos, pues se libra bajo el marco de un sentimiento de venganza.
Jesús ha traído un vino nuevo. Estableció un paradigma totalmente diferente en la manera de responder ante aquellos que nos violentan, sea la forma que sea y sea el vínculo relacional que sea. Sublimes son sus palabras recogidas en Lc.23:34 “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” ante aquellos que le estaban torturando sin piedad; a la vez, fueron palabras que no tenían precedente. Los que le escucharon y conocían elAntiguo Testamento (las Escrituras del momento) no podrían referir algún ejemplo parecido. Lo más cercano es la actitud del rey David cuando mostró misericordia por un hombre que le había insultado (2S. 16:5-12), sin embargo, se aseguró, antes de morir, que su hijo Salomón tomara venganza sobre aquel(1R. 2:8-9). Claramente este no es un ejemplo de perdón hacia un enemigo. El profeta Jeremías instaba a Israel a orar por sus enemigos los babilonios cuando estaban en el exilio para procurar la paz (Jer.29:7), con el objetivo de que ellos mismos tendrían paz, no les dice que perdonen a los babilonios. Luego el profeta ora así en 17:18 “¡No me pongas a mí en vergüenza; avergüénzalos a ellos! ¡No me llenes de terror a mí; aterrorízalos a ellos! Envíales tiempos difíciles; ¡destrózalos, y vuelve a destrozarlos!” (NVI).Claro está, no me refiero a la visión general veterotestamentaria de un Dios perdonador, concepto que fue central en la fe hebrea y recordada en cada sacrificio cúltico. Daniel decía “De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado” (Dn. 9:9), pero es clara la dirección Dios-Israel, no así Israel-los que le atacaban.
Así que en el Antiguo Testamento estaba claro que no debían vengarse de sus enemigos, es decir, no tomar represalias violentas y directas, ya que Dios es el juez y el que tomaba las medidas necesarias(Lv.19:18), pero esto no significaba que no se podía orar por venganza rápida y efectiva hacia sus perpetradores. Tenemos algunos salmos al respecto, donde se clama a Dios para que tome venganza (Sal.2, 37, 69,79,109, 139,143). En Is. 2:9 leemos “por tanto, no los perdones…” Intento tan solo revivir el contexto en los tiempos de Jesús para comprender el impacto de sus palabras: “Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian”(Lc.6:27-28). Esteban fue el primer mártir que puso en práctica, tras ser capacitado por el Espíritu Santo, esta nueva dimensión vivencial al pedir el perdón, no la venganza, de aquellos que le atacaban con crueldad (Hch.7:60).
En un blog anterior, nos referimos a la diferencia entre algo eficiente y una experiencia eficaz. ¿Qué sentido tendría entender la eficacia de Cristo y no vivir la experiencia eficaz de su palabra?
Permítame recordarle que la condición humana es mala, con algunos atisbos de bondad: “Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos…” (Mt.7:11 NVI), así que no es de extrañarse que recibiremos de aquellas personas que consideramos “incapaces de maltratarnos”, maltratos. Algunas personas simplemente no saben como reaccionar bien y aunque no lo quisieran, hieren profundamente. Es la realidad de la primera etapa ¿recuerda? Es la realidad relacional y no hay quienes se eximan de esta condición y permítame decirlo, aún aquellos en Cristo, matrimonios de muchos años, etc. La Biblia nos enfrenta a esta realidad cuando nos dice: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”(Ro.12:21).
Jesús inició y consumó la plena esperanza de una nueva humanidad en él, ya no en Adán, pero es necesario entender que la violencia humana no fue erradicada en nuestra temporalidad. Podemos ser lastimados por cualquiera (esposo(a), hijos, amigos, hermanos en la fe, etc.). Lo que sí es posible controlar en Cristo ya, es la perpetuidad del acto violento en nuestra mente, el cual es limitado por medio del perdón. No hacer eficaz en nuestra experiencia de vida este recurso divino (porque es imposible desde nuestra sola humanidad), no solo atenta contra nuestra expectativa de una vida plena y abundante en Cristo, sino en cuanto al testimonio hacia un mundo que ha perdido la esperanza y no encuentra recursos relevantes ante los actos violentos.
El acto violento lo recibimos una vez; el acto de perdón es una dinámica que requerimos hacerla muchas veces, las veces que sean necesarias, si no, seremos vencidos por el mal. Si descuidamos esto, nos auto-violentamos.Ya no requerimos el acto mismo que nos lastimó para afectarnos; tan solo basta el recuerdo de aquello para revivir patologías que nos afectan e impiden relaciones verdaderamente sanas.
Luego Pedro se le acercó y preguntó: —Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a alguien que peca contra mí? ¿Siete veces? —No siete veces —respondió Jesús—, sino setenta veces siete (Mt.18:21-22 NTV)
Ervin Granera
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